Isabel distribuye la mayor parte de su tiempo en proporcionarle todo el amor y los cuidados que puede a mi madre, a pesar de que no la reconozca como hija, en realidad a ninguno lo hace, vive en la casa como una extraña, o más bien, nosotros somos los extraños. Es esta cruel enfermedad de mi madre, la que ha sido la mayor causa de las penas de mi hermana, si es que no es la única. El tiempo restante sale con Julia, su mejor y única amiga, de treinta y dos años. Julia también es soltera, las dos salen al parque y al cine cuando hay algún estreno. Tengo que admitir que son muy agraciadas; las dos son delgadas, Isabel tiene la piel clara (bastante tersa para su edad) sus cabellos son pelirrojos, largos y ondulados hasta la cintura, sus ojos son de color verde pardo y su estatura es de 1,68. Julia mide 1,65 usa el pelo negro y corto hasta el cuello, que por cierto se ve muy bien con sus ojos celestes. Ella vive en un departamento al otro lado de la ciudad junto a su gato Coñac y el cactus que Isabel le regaló, al que puso por nombre Renato, su madre murió cuando ella cumplió veintidós años y a su padre nunca lo conoció. Trabaja de martes a viernes en la biblioteca de la ciudad clasificando los libros que llegan y los sábados hace tours en un museo, no le pagan mucho, pero Julia disfruta mucho las pinturas y las esculturas.
Fue en este museo donde se conocieron, y a pesar de que Isabel no comparte el mismo amor por el arte que Julia, ambas saben, con esta amistad, llenar los vacíos de sus vidas.
No puedo negar que me sentía un poco inútil, aquí, postrada en esta cama que ahora miro desde acá arriba, después de que ese automóvil me arrolló, (nunca debimos salir del campo para venir a la ciudad), pero no es nada grave, (eso pensaba yo) es cierto que no podía mover las piernas pero el médico dijo que era algo pasajero, claro que Isabel se preocupó mucho y casi se puso a llorar. Ella es un poco sensible...