2 de noviembre de 2008

Cuando renunciamos a nuestros sueños y encontramos la paz, tenemos un pequeño periodo de tranquilidad, pero los sueños muertos comienzan a pudrirse dentro de nosotros y a infestar todo el ambiente en que vivimos.

Comenzamos a volvernos crueles con quienes nos rodean y, finalmente, dirigimos esa crueldad contra nosotros. Surgen las enfermedades y la psicosis. Lo que queríamos evitar en el combate -la decepción y la derrota- se convierte en el único legado de nuestra cobardía. Y, un buen día, los sueños muertos y podridos vuelven el aire difícil de respirar y comenzamos a desear la muerte, la muerte que nos libere de nuestras certezas, de nuestras ocupaciones y de aquella terrible paz de las tardes de domingo.