24 de enero de 2009

Anhelo-.

Antonella, sentada, balancea sus pies sin parar, apoyada en su pupitre, mira caer la lluvia del otro lado de la luna delgada, minúscula que corona la cabecera de su cama.Llueve sobre los pastos y sobre la línea incierta del horizonte. Llueve una lluvia fina que apenas si moja. Llueve una lluvia mansa y persistente que acosa como un mal pensamiento o como una duda. Como una idea.Como un secreto.Llueve, diría, una lluvia de siglos. Llueve lenta pero insistentemente una lluvia que, a fuerza de puro caer, habrá de remover los cuerpos desnudos y la tierra del nunca jamás,no ha de ser hoy ni mañana. Pero llueve, llueve una lluvia mansa y diabolicamente insistente; como una advertencia o un augurio.Llueve una lluvia amable, triste y piadosa que al menos limpia las yagas y pule la piel.
Llueve una lluvia tibia y anhelada.
Llueve, y no es más ni menos, Antonella se pone de pie y se dá cuenta de que la lluvia no es más que un sueño de invierno, una enamorada del otoño, una catarsis del amor.

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